No puedo escribir sobre este tema sin referirme a una anécdota que viví hace unos cuantos años atrás y con la cual me divierto mucho cada vez que la recuerdo.
En ese tiempo yo era instructora de Yoga y participé en un programa de Yoga para internos en la cárcel de Santiago, internos que además, tenían problemas psiquiátricos.
Estos muchachos respondieron muy bien a las clases aunque, también, es toda una experiencia que quizás más adelante comentaré.
Había uno en especial, a quien llamaré Alberto, que se mostraba muy cuerdo y despierto, lo cual no significa mucho puesto que todos estaban allí por verdaderos crímenes. Alberto nos contó que él estaba allí cumpliendo condena no por demencia sino porque ese lugar es más tranquilo y era mejor para alguien con buena conducta. No verifiqué la información.
Casi siempre me acompañaba a dar las clases un monje de la orden de origen hindú que por entonces yo frecuentaba y dejó caer unas cuantas veces frente a los alumnos la idea de la meditación. Yo tenía mis reservas al respecto pero callaba.
Una tarde, después de la clase, Alberto nos invitó a tomar té a su “apartado”, una especie de pieza que si mal no recuerdo no debe haber tenido más de 3x3 mts. Allí Alberto tenía acomodadas sillas y mesa, unas cuantas repisas, cama y recortes pegados en sus murallas. Un mínimo de dignidad.
Alberto le preguntó al monje: “Cuál es la diferencia entre meditar y rezar?”
Yo esperé ansiosa la respuesta del monje pues, para mi, esa ha sido siempre una maravillosa diferencia que me encanta explicar.
El monje le dijo como respuesta: “Quieres meditar?”
Alberto dijo un sí medio inseguro.
Entonces –dijo el monje- siéntate.
Alberto se sentó.
Ahora cierra los ojos –indico el monje-.
Alberto cerró los ojos.
Ahora respira relajado y concéntrate en observar tu respiración.
Mientras el monje daba las indicaciones, yo no podía creer lo que estaba viendo y escuchando. El monje no solo no explicó la diferencia entre rezar y meditar sino que de buenas a primeras sentó a un interno con problemas mentales a cerrar los ojos y respirar.
Si bien eso es básico en la meditación, mínimo tendría que haber hablado con él, explicarle mejor, hacer una introducción mínima que llevara a Alberto al estado de relajación previo y necesario para una primera lección!!
Alberto comenzó a respirar, noté que no pasaron 30 segundos y él se agitó, comenzó a sudar. Repentinamente abrió los ojos y sacudió la cabeza.
No puedo! –dijo angustiado-.
Respira –insistió el monje.
Yo guardaba riguroso silencio, demasiado sorprendida por la poca habilidad del monje, por decirlo de alguna manera.
Alberto intentó seguir respirando, pero sólo aumentó su sudor y su agitación. Estaba desesperado.
Abrió los ojos y con el rostro descompuesto le gritó al monje “Pero cuál es la diferencia entre rezar y meditar!!”
El monje, no muy sabiamente le dijo:
“Meditar es más profundo, ahora cállate y respira!!”
Por supuesto que Alberto no volvió a respirar, al menos no para meditar ese día.
La verdad es que esta historia a mi me causa mucha risa.
¿Y la diferencia entre rezar y meditar?
Es muy simple y hermosa.
Tú rezas y le hablas a un Dios que está fuera de ti.
Tú meditas y sientes dentro de ti la presencia de Dios. Allí no hay distancias.Allí en la más íntima y amorosa comunicación, todo ocurre.
Bárbara Andrea Belmar Menanteau
(c) Todos los derechos reservados
En medio de tanto caos todo parece perdido,pero las mismas energías que están poniendo en evidencia lo que está mal, son las que promueven el cambio hacia una Nueva Humanidad. Atrévete a ser parte de los que apuestan por una vida mejor para todos, atrévete a comenzar el cambio partiendo por tí mismo, atrévete a ser un alquimista.
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